domingo, 13 de julio de 2014

h a s t a l u e g u i t o

no pude ser indiferente siendo la mamaíta quien era; sembradora de la libertad en las cosas más simples, esas que a veces olvidamos que son importantes : un abrazo sincero de preocupación, un mate con poleo y menta, las papas rellenas, el pansito amasado y las sopaipillas ; un juguito de frutas con hielo infaltable en el refri, las historias de brujos y las zorras pelás de coñaripe, -“cómo te fue en la escuela?” “mamaíta voy a la universidad”, una once de invierno con estufa, frío y té, conversando de hualqui, sus caminatas de kilómetros para llegar a la escuela, su hermano polo o las aventuras con su compadre; una tarde de verano regando los duraznos del patio (y mojando al maluco) con esa paciencia que solo tiene una mujer, una mamá, una abuela como ella. La mama grande, la más grande, siempre guardando bajo sus alas a los que no tuvieran dónde quedarse, los que no tuvieran qué comer; su sonrisa gigante y la talla precisa, riéndose de la vida y de cómo nunca le tocó fácil y cómo, a puro pulso, logró que nunca le faltara nada a nadie. Los vitrineos por la feria, las copuchas de la pobla, los salmos escritos en las paredes, la risa resonando en la casa cuando tú o el Isaías le robaban el corazón y le demostraban que sí valió la pena ponerle el hombro y trabajar los veranos y los años nuevos. La mamaita no dejó este lugar, es imposible que una mujer como ella deje de estar presente si nos grabó a fuego una parte de sí dentro de todos nosotrxs. La mamaíta simplemente se fue de viaje de una vez por todas, a sembrar los campos gigantes con los que soñaba al mirar el cemento infértil de esta ciudad, donde no cabía el amor con el que pretendía hacer florecer la vida de los que tuvimos suerte de tenerla en nuestro camino.


- supongo que tienes claro que no lo hice por ti, por vo no te merecí ninguna wea, menos apoyo ni cariño. de mi por lo menos no, sapo culiao.

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